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La Triste Historia de La Casa de Lola Vélez, la más grande artista nacida en Bello

#LaChivaRadio /Prensa Alternativa Emisora Online.




El primer golpe demoledor contra su casa le llegó de la clase política bellanita, que siempre al servicio de gamonales y otras causas individuales, se inventó una calle de la nada para ampliarle la ferretería a uno de sus caciques. Esta, años 70, arrasó con el zaguán, el portón de la entrada principal y más de la mitad del huerto de los frutos. Para sobrevivir hubo que construirle una nueva entrada detrás de la choza de Suárez



Duro como el mármol, papel de epitafios y tumbas, es el desinterés del poder político bellanita frente al arte, la historia y las cosas bellas. La “Ciudad de los Artistas” asiste, con asombro, a la destrucción, pieza por pieza, de la Casa Museo Lola Vélez , expresión de la sensibilidad de un pueblo maravilloso. Ella es una de las primeras artistas colombianas en ser reconocidas internacionalmente en el siglo XX.


La casa no se está cayendo, la están arrasando con estrategias de abandono, desdén y desidia oficial. Últimamente, con ataques de personas que, ocultas en la noche y quizás por unas monedas, rompen todo aquello que la sustenta. Pero la casa no se rinde para vergüenza de, al menos, cuatro alcaldías que pudieron mostrar grandeza histórica adquiriéndola para conservarla como museo, sala de exposiciones, escuela de arte, tertulias y conferencias.


El olvido todo lo aniquila, devora o arrincona. En la lista indicativa del Inventario del Patrimonio Arquitectónico bellanita, con casi 20 años de depuraciones, aparecen 39 bienes, entre ellos la casa de Lola, y otros fantasmas que ya no existen: teatro Iris, choza Paniagua, gallera Canta Claro


Vida en el arte María Dolores Vélez Sierra , o Lola Vélez, nació en Bello, el 5 de mayo, primavera de 1920. Estudió bachillerato con las monjas de La Presentación. No fue estudiante destacada. Lo suyo eran el arte y el baloncesto. Rechazó toda postulación a reinados de belleza, pero la vida se lo negó. Rumbo al colegio, en su infancia y adolescencia, y luego a sus clases de pintura y escultura, siempre cruzaba por un costado del parque principal por la terminal de taxis. Su belleza física, rubia espigada, y una personalidad deslumbrante que la caracterizó hasta su muerte, cautivaron a los conductores.


Una tarde, recién cumplidos los veinte años, su casa se estremeció por una intempestiva algarabía de vivas y músicas. Los conductores, en un acto de exaltación, la habían elegido su reina, sin que mediara concurso alguno. Llegaron a imponerle la corona.

Terminado el bachillerato ingresó al Instituto de Bellas Artes. Allí tuvo como maestros a Carlos Gómez Castro , Pedro Nel Gómez , Aníbal Gil y Rafael Sáenz, quienes la pintaron en algunos de sus cuadros. Pedro Nel la pintó con uniforme deportivo y balón de baloncesto. En la Facultad de Artes de la U. de A., para entonces, Casa de la Cultura, profundizó en su mundo de acuarelas, óleos y esculturas.


Lola hizo parte de una generación de artistas e intelectuales que marcó historia en el arte nacional. “Era liberal, no de partido, librepensadora, comprometida con la cátedra libre, los derechos de la mujer y los obreros. Amaba el amor, amar y ser amada, pero odiaba el matrimonio porque destruía todo sueño de mujer, la reducía a esclava del hombre, la familia y la sociedad. Como nadie, quiso a Bello, sabía de las desgracias y sufrimientos de su gente. La profundidad de algunos de sus cuadros no es otra cosa que el reflejo del Bello que vivió, el cual no dista mucho de su realidad actual”, comenta el artista y crítico de arte bellanita Mario Delgado , una de las personas más cercanas a su vida.


Débora Arango , Rosana Mejía, Dora Ramírez, Jesusita Vallejo y otras figuras del arte y las letras regionales y nacionales, fueron sus grandes aliadas en su mundo de manifestaciones estéticas, expresión de la belleza y las causas humanas. Soportaron señalamientos y condenas de la sociedad conservadora y machista que vivieron, al punto de prohibirles pintar desnudos. Débora y Lola, las “rebeldes” del grupo, no renunciaron a expresarse en este género. Sus modelos, para nada eran Venus, nifas o doncellas hijas de Zeus, se trataba de vecinas, obreras, mujeres vencidas por humillaciones, la soledad, el trabajo, los sufrimientos; nacidas para parir y parir.


Su desnudo la Tongolele, torso desnudo de una muchacha bellanita, generó gran controversia. Los padres de la modelo montaron en cólera y las monjas de la Presentación no creían que esa era la Lola que ellas habían formado.


Lola sufrió gran desengaño cuando una de sus exposiciones, que tendría como centro un prestigioso hotel de la ciudad, fue rechazada por “inmoral”. Al aparecer en ella había varios desnudos. En 1998 Juan Luis Mejía , como secretario de Cultura de Medellín, en el mandato de Juan Gómez Martínez, inauguró en el teatro Lido, del Parque de Bolívar, la exposición Maestra Lola Vélez, con excelente acogida popular y del público especializado.


No fue fácil para Lola y Débora Arango ganarse el respeto de sus maestros. Pedro Nel Gómez , al principio, no las quería y un día las echó al carajo. “Yo no quiero en mi escuela señoritas pintando acuarelas, bodegones y paisajes”, da cuenta Delgado de aquel episodio. Días después fue el maestro Pedro Nel quien, convencido de la capacidad artística de sus alumnas, bajó la cabeza y las arropó de nuevo.


En su taller, el muralista las retó a “pintar a lo verraco, a crear cuadros y murales para la historia”. Ninguna de las dos lo decepcionó.


Lola, Frida y Rivera La vida pone a cada quien en su pedestal. En los años 40, Lola ganó un concurso de arte, el cual tenía como premio una beca para estudiar en la Escuela de Arte La Esmeralda, de México. Allí fue alumna del muralista mexicano Diego Rivera, figura inspiradora de un nuevo orden pictórico. Este tenía como soporte la Revolución mexicana y se expresaba en muros y paredes con fuerte tendencia social.


El muralista y su esposa, la pintora Frida Kahlo, eran centro de la crítica artística mundial. De su círculo cercano hacían parte Pablo Picaso, Ramón María del Valle-Inclán, Alfonso Reyes Ochoa, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y otros iluminados de la pléyade intelectual europea y americana.


Lola encontró en Rivera un segundo capítulo del Pedro Nel que la expulsó de su taller en Medellín. El mexicano la retó a asumir su profesión como un compromiso estético y político para cambiar la realidad.


Al final del curso, becado, del que hicieron parte algunos de los prospectos del arte mexicano y latinoamericano, Rivera elogió el talento de la “güera” (rubia) colombiana. ´Lolita´, así la llamaron la guatemalteca Rina Lazo, y el mexicano Arturo García Bustos, quien se la llevó a trabajar a su taller de Coyoacán.


Al lado de Rivera y Frida, Lola aprendió la técnica del mural, perfeccionó sus trabajos de acuarela en tela, preparación de lienzos e imprimación para la pintura al óleo, en la que se sentía más cómoda.


En biografías sobre Rivera se señala a la “güera” colombiana, como a una de sus “amantes”. Si fue cierto, se llevó el secreto a la tumba. Margarita María Agudelo, integrante de su familia y Delgado coinciden en que él no despertaba ningún interés en Lola. “Incluso, siempre admiró su inteligencia y destreza artística, pero comparaba su figura con la de un sapo”.


Su vínculo del alma era con Frida. En la última etapa de su vida, en Bello, recordaba las noches de vino, tequilas y diálogos de bohemia que pasó con ella y artistas como Chavela Vargas, quienes aparecían en el taller para romper el orden e iniciar rumbas sin fin. En 1954 la muerte se llevó a Frida, apenas tenía 47 años. Lola la acompañó en la enfermedad que soportó y la lloró en su hora final. Sin Frida, perdió gran parte de su interés en México.


En la Navidad del año de la muerte de Frida, el gobierno mexicano editó un libro sobre la vida de Rivera y el poder transformador de su obra. En la primera página, con su puño y letra, el maestro se lo dedicó a la “güera” colombiana pidiéndole que regresara a su lado: “Para mi querida discípula talentosa y guapa Lolita Vélez Sierra en recuerdo del placer de haberla visto trabajando en mi taller y con mi deseo de verla de vuelta aquí cuanto antes sea posible. Diego Rivera, diciembre 18 de 1954″. Pero Lola había jugado su propia carta: ser maestra de arte y trabajar por que Bello fuese ciudad de artistas, centro del debate intelectual y su casa, un museo en la ciudad.


Mansión para la vida La casa grande de Lola fue construida la segunda mitad del siglo XIX en un entorno de mansiones republicanas, coloniales, palacetes y otras casas solariegas, estilo europeo, que prosperaron en los valles del Quitasol en los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX.

Ocupaba 3.600 metros cuadrados, gruesas tapias, techo de teja, entrada por un enorme zaguán que conducía a un patio con fuente, piso de piedra, rodeado de jardines y un corredor que daba a las habitaciones, con piso de cerámica cocida. Igual de acogedor era su huerto, sembrado con árboles frutales, traídos de todos los lugares del país y algunos de Europa. Jamás faltaban las frutas ni los pájaros de los más diversos cantos y colores.


La majestuosidad de la mansión contrastaba con un humilde rancho, levantado a 20 metros de sus tapias posteriores, con todo el amor que una mujer embarazada puede albergar para brindar un techo a su futuro hijo. Se llamaba doña Rosalía Suárez, quien bautizó a su criatura como Marco Fidel. La vida y sus esfuerzos personales lo llevaron a ocupar el solio de Bolívar, en la capitalina Casa de Nariño.


Casa del arte Desde su llegada de México, con una dedicación de hormiga, Lola hizo de su casa un museo, taller y centro de estudios artísticos. No faltaba la bohemia. En una de sus tapias levantó un fresco, que para la crítica, valía más que la casa misma. A primera hora de la mañana comenzaba a pintar para aprovechar los rayos del sol del oriente. El tiempo le alcalzaba para todo aquello que le apasionaba: dictar clases en la Corporación Fabricato, Bellas Artes, la Casa Museo Pedro Nel Gómez y otros institutos; desplazarse por Bello y sus alrededores con un grupo de artistas y estudiantes pintando la naturaleza, personajes y lugares que les llamaban la atención. “Sus cuadros sobre la flora son extraordinarios. En esto nadie la igualó”, dice Delgado.


El primer golpe demoledor contra su casa le llegó de la clase política bellanita, que siempre al servicio de gamonales y otras causas individuales, se inventó una calle de la nada para ampliarle la ferretería a uno de sus caciques. Esta, años 70, arrasó con el zaguán, el portón de la entrada principal y más de la mitad del huerto de los frutos. Para sobrevivir hubo que construirle una nueva entrada detrás de la choza de Suárez.


Con la muerte de sus progenitores, la familia se dividió, cada quien quiso su pedazo. En lo poco que sobrevivió del solar del Edén levantaron edificios sin valor estético alguno. Cosas para alquilar, sin espacios verdes, parques o fuentes, similares a aquello que terminó por prostituir la arquitectura bellanita.


Adiós de Lola El Miércoles Santo de 2005 Lola dejó de pintar. Su vida se apagó, se fue de este mundo, no de la corriente del arte de su “ciudad de los artistas”. El Centro de Historia, colectivos de arte y cultura, artistas plásticos, escultores, teatreros, viejos nadaístas, docentes (…) se unieron en su adiós final.


Reinaldo Spitaletta , periodista, historiador y director del Centro de Historia, en una declaración de duelo, dijo frente a su sarcófago: “Gracias por su arte, por sus aportes a la cultura y la sensibilidad de un pueblo que siempre la admiró y la respetó (…) Lola, emblema de una población obrera y llena de desamparos, contribuyó a que Bello fuera llamada Ciudad de los Artistas y siempre supo que la belleza es una posibilidad para mirar el entorno con ojos de asombro y para no perder la esperanza en un mundo mejor”.


El historiador Manuel Arango , estudioso de su vida y obra, la considera escuela, apoyo y ejemplo de trabajo para algunos de los más reconocidos artistas bellanitas en el país y el mundo. Entre otros, Fabián Rendón, Rubén Darío Crespo, Flor María Bouhot, Raúl Amaya, Mario Madrid, Mario Delgado, Javier Múnera, Julio César Muñoz, Fernando Idárraga ( …)

Despojo final Con la muerte de Lola todo aquello que tenía valor artístico en su hogar y la casa misma empezó un lento y progresivo arrasamiento. Su obra se desperdigó, algunos cuadros, incluso de artistas de trayectoria mundial, se dice que los regalaron o vendieron a precio de feria. A la Biblioteca Marco Fidel Suárez donaron parte de su colección. Para rematar, la casa fue puesta en venta. Primero fue ofrecida a la Administración Municipal, que no mostró interés real; luego al mejor postor. Juan José Peláez, quien la adquirió para levantar en el lote un edificio.


Los entes oficiales, esgrimiendo teorías legalistas, le dieron los permisos respectivos para la demolición, pero Peláez chocó con la resistencia de los Vigías del Patrimonio Bellanita, la Oficina del Patrimonio, que la tenía inscrita en su inventario de bienes a conservar desde 1991; SomosBello.com, la Corporación Creare, el Centro de Historia, Procuraduría General de la Nación, teatreros y otras voces y movimientos culturales, que la reclamaban como propia por su valor arquitectónico, histórico y cultural.


Peláez sigue esperando respuesta oficial. Hoy la casa museo soporta la peor de las condenas: el abandono y el olvido. Las flores del jardín y la fuente se secaron, parte del techo cedió, el moho se alimenta de las paredes, pero la casa se resiste. A caudales le llega oxígeno desde la calle de artistas, teatreros, chamanes, defensores del patrimonio cultural bellanita, estudiantes y profesores que la abrazan, le hacen sahumerios y a gritos le piden fuerza hasta que pertenezca a Bello todo.


El alcalde Óscar Andrés Pérez , la tiene como centro de un gran plan de construcción de un pasaje del arte y la cultura, en conjunto con la choza de Suárez, el liceo y la biblioteca que también llevan su nombre y el espacio cultural Cerro del Ángel.

Si este proyecto fracasa, el cinco de mayo, al cumplirse los 100 años del nacimiento de Lola, la suerte de la joya cultural la sellará una lápida de mármol y el epitafio: “Aquí yacen el arte y la cultura bellanitas”.


Para los agoreros, la Casa de Lola no tiene una segunda oportunidad sobre la tierra. Música y vivas de esperanza le llegan desde la sensibilidad por el arte bellanita.


Fuente: siendotu.com


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